"Don Teodoro para los circunspectos
...y Teodorito para los mamadores de gallo"
"DON TEODORO para los circunspectos y Teodorito para los
mamadores de gallo", como él decía y se mostraba, refleja las dos caras del teatro humano.
Teodoro Alejandro Escalona Suárez nos da cuenta de todo un personaje público. Don Teodoro y Teodorito no son precisamente dos personalidades contrapuestas en un solo carapacho especie de Doctor Jekyll y Mister Hyde, sino el de la tragedia y el de la comedia, el serio y el humorista, el de la oficina y el de la barra, o sea, el circunspecto y el mamador de gallo. Y aquí nos referimos, sobre todo, al rey de las charadas, al as del chiste ocasional e improvisado, al amo de las carnestolendas: a Teodorito, el mamador de gallo, el ilustrísimo e ilustrado animador inclusive de los más fríos y tristes velorios de la comarca y sus alrededores.
Atrajo la atención de Teodorito, el titular del desaparecido vespertino caraqueño El Mundo, sobre un dramático suceso internacional, "Albania Pide Socorro", en la feliz ocasión de su amantísima esposa Justina dar a luz a una hermosa niña. Aun cuando el clamor de la república europea nada tenía que ver con la maternidad de su consorte, sin embargo sí guardó relación con el nombre por él escogido para su recién nacida criatura, por cuanto la llamó Albania Socorro.
A quien le preguntara por qué puso por nombre Yoel Alejandro a uno de sus varones, ofrecía una graciosa y razonada respuesta: "Yo, su padre; él, mi hijo; Alejandro, su abuelo".
Sus coloquiales expresiones
En mutuo saludo a su dilecto Rafael Jacinto Díaz: "¡Prosodia!".
Para insinuar el brindis de una cerveza: "Quiero enjugar mis labios en el líquido fulgor del sol brillante que venga de las manos de un amigo".
Ante el contoneo y la vestimenta de un hombre afeminado: "Por las plumas que pinta y las uñas que asoma, ¡hum!, me parece que es paují".
Al recibir un pago oportuno en un momento de aprieto: "¡Llegó Salvador con el arpa!".
Ante la falta de humildad de alguna persona pública: "¡Qué prosopopeya!".
A las damas otoñales galanteaba: "¡Qué bellas muchachonas…" y en baja voz completaba: "…de la época de Gómez!".
En la barra presumía: "¡En mi casa mando yo…" y en baja voz añadía: "…cuando no está mi mujer!".
A un grupo de jóvenes holgazanes animaba: "¡Ésa juventud que se levanta…" y en baja voz completaba: "…a las diez de la mañana!".
De Justina, su inseparable esposa, comentaba: "La que me pega", y luego aclaraba: "Porque me combina".
Hasta el abstemio se sentía atraído por aquel ambiente del Bar Victoria, establecimiento propiedad de su hermano Pedro José, donde la placentera tertulia hacía correr las horas. El don de gente de Adrián, Fernando, Pedro, Teodoro, Vidal… –en orden alfabético y etcétera–, es innato en los Escalona, una distinguida familia guatireña. Así, entre la sobriedad y la ebriedad, o a medio andar en su llano decir, Teodorito deleitaba con anécdotas, charadas, chistes, cuentos...
Era poseedor de las mil y una charadas que cobraban fama en aquellas espumosas reuniones.
Entre rondas de cerveza disertaba una y otra charada (adivinanza ésta de una palabra mediante la combinación de sus sílabas). Y ponía a pensar a sus amigos de la barra: "Primera-Segunda: Dos notas de la escala musical. Tercera-Cuarta: Planta medicinal. Conclusión: Nombre propio de varón".
Cuando se rendían les respondía: "Primera-Segunda: Dos notas de la escala musical: DO-MI y Tercera-Cuarta: Planta medicinal: TI-LO. Conclusión: Nombre propio de varón: DOMITILO".
Libado el trago "del estribo" y abandonada la barra, Teodorito dirigía sus pasos zigzagueantes y madrugadores hacia su dulce hogar, sin perder la cordura. A larga distancia el ladrido de su fiel centinela "Buyí" le daba la bienvenida. En el aposento Justina le aguardaba paciente ataviada de una fina dormilona dorada de legítima seda china comprada en la tienda de Antonio Berroterán. Al toque de madera de su trasnochado querubín, la dama le encendía la luz, le abría la puerta, lo ayudaba a mantenerse vertical, lo besaba en la mejilla y, muy quedo, le decía al oído: "Ha llegado mi rocío mañanero".
Visión perfecta
Resulta que una osamenta humana fue hallada por un campesino en un bosque de la jurisdicción zamorense. El hombre dio la noticia al juez, don Régulo Rico, y éste le ordenó al secretario, don Teodoro Escalona, lo pertinente para constituir la comisión al sitio y proceder al levantamiento del cadáver.
De este modo partieron rumbo a la montaña, el juez, el secretario, el médico forense, el testigo-baqueano y dos peones para el mortuorio traslado de regreso una vez cumplidos in situ los requisitos de ley.
El camino era empinado, muy tortuoso, y solamente permitía su acceso a pie. De pronto los arropó una noche húmeda y sin luna. Una lámpara a gas de carburo que portaban fue encendida. Su lucecilla difícilmente apartaba las tinieblas. La oscuridad se iba burlando de la empobrecida lumbre. Hasta ese momento ninguno de los hombres había apurado una copa tan amarga.
Al fin el juez, el secretario, el médico forense, el campesino que dio aviso del suceso –y fungió de lazarillo– y los dos cargadores fúnebres, arribaron a la intrincada cima donde culminó la extenuante caminata. El reloj marcaba cinco minutos para las doce horas de la madrugada. El tenso ambiente se sentía cargado de misterio.
Los hombres observaron el macabro hallazgo: la borrosa figura de un esqueleto colgante de la rama de un frondoso árbol. De improviso un viento helado balanceó aquellos huesos y el silencio fue interrumpido por el aullido de un taimado zorro acechando a su descompuesta presa pendiente del vegetal. La comisión estaba a cincuenta metros del espectro.
El cumplimiento legal también significaba un imborrable atrevimiento en el fuero íntimo de sus protagonistas. Transitar en una noche negra en búsqueda de un cadáver descarnado, vapuleado por la brisa y disputado por las fieras del boscaje, pone a temblar al más valiente titán de la ficción. En este encuentro los hombres vivían la experiencia real de una película de suspenso de Alfred Hitchcock.
La firmeza de don Teodoro parecía agotarse igual que el carburo de la lámpara. Para él ya era suficiente mirar a lo lejos el tétrico espectáculo de la calavera que el viento hacía danzar. Sin embargo el juez le ordenó:
–¡Secretario, tome nota de las evidencias, acompañe al médico forense y acérquese al pie del occiso!
Don Teodoro, ocultando con cautela su terror, tembloroso respondió:
–¡Nooo, padrino, desde aquí se ve clariiito!
Andrés Blanco Delgado
3 comentarios:
En otra nota pregunté por ese Pedro, del bar Victoria. Era Pedro Prieto?
Equivocadamenre rebautizè al bar como La Estrella. MIs disculpas.
Agradezco au respuesta.
Saludos.
Mi estimado, ese era Pedro Escalona, Hermano de Teodorito Escalona.
Eso es correcto era Pedro escalona. Gracias por 3ste relató de la vida de mi abuelo Teodoro Escalona soy hijo de Mireya Josefina Escalona
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