miércoles, 5 de septiembre de 2012

¡Cuidado en la acera!



¡Cuidado en la acera!

Nuestra gente de a pie pasa por aceras de suma peligrosidad. Los imprevistos obstáculos  que el viandante consigue son, valga la comparación,  como “minas antipersonales” en un campo de batalla. Sin embargo  algunos vecinos de los consejos comunales se observan más interesados en los recursos que sus proyectos van a recibir del Gobierno que de supervisar y tomar cartas en asuntos tan serios como éste que directamente les concierne.  
Nadie pone en duda los problemas que uno a uno hayan podido solucionar con esos recursos. Pero en materia de vialidad, las escalinatas, las veredas, los brocales, las calles y las avenidas son tan importantes como las aceras, los andenes por donde a pie diariamente transita la gente.
Si es falso lo dicho, que supervise cada consejo comunal las aceras de su circunscripción, que observe si son aptas para caminar sin tropiezo o, si por el contrario, presentan dificultades.
Una simple inspección nos muestra aceras con escalones inadecuados. Igualmente, ramplas que como se sabe están destinadas para entrada y salida de vehículos a garajes, carga y descarga a comercios, acceso en sillas de rueda a personas con discapacidad, entre otras utilidades, no tienen la debida demarcación con pintura amarilla para la precaución del usuario. Pero lo peor son aquellas aceras lisas o con obstáculos que podrían causar a los caminantes las terribles consecuencias de un resbalón o un  tropezón.
La punta de una cabilla dejada en una acera por algún constructor público o particular tiene la misma gravedad que el descuido y la desidia de las compañías de teléfonos y de electricidad cuando desinstalan casetas y postes. ¿Acaso no son frecuentes los tornillos salientes de las bases esperando que alguien fatalmente se tropiece? Esto sin contar las bocas de alcantarillas que adolecen de  tapas o cubiertas tal cual lo hemos palpado en las aceras de algunas urbanizaciones, verbigracia, en las inmediaciones de Parque Alto en El Ingenio.
Les puedo contar que sufrí una aparatosa caída en una de esas peligrosas aceras de Guatire. De bruces, mi cara fue a dar al piso, la prótesis dentaria superior partió en dos y me hirió el labio inferior en la parte externa. No presenté ninguna otra herida abierta. Inmediatamente fui conducido al Hospital General Guatire Guarenas. La lesión ameritó seis puntos de sutura. Solicité RX craneal. Pero me indicaron que no había placas en ese momento. Quizás por el fuerte golpe no sentí dolor. Me encontraba como anestesiado.
Varias semanas después se me presentó un cuadro de disuria, fiebre cefalea con desvanecimiento, el cual fue atendido por el doctor José Ereipa Pantoja, nuestro competente cardiólogo y amigo, quien me administró el tratamiento que me hizo superar la dolencia.
A los cinco días, como consecuencia retardada de la caída,  tuve somnolencia acompañada de lenguaje incoherente y pérdida de la fuerza muscular en el hemicuerpo izquierdo.
Mi compañera Antonia Rodríguez y mi hijo Amadís Orlando Andrés me llevaron nuevamente al consultorio del doctor Ereipa Pantoja. Al ser enterado de mi caída, el galeno consideró que se me debía practicar de urgencia una tomografía craneal, sospechando un evento vascular cerebral. De inmediato me refirió al Centro Médico Asistencial Federico Ozanam, en la urbanización Valle Arriba, donde fui recibido y hospitalizado.
El estudio diagnóstico de TAC Cerebral arrojó la presencia de traumatismo craneal leve complicado con hematoma subdural crónico frontotemporalparietal derecho, por lo que me fue realizada una craneotomía, de la que, a Dios gracias, tuve pronta recuperación.     
No estaría contándole este episodio, de no ser por mi profunda fe en nuestro Señor Jesucristo y de sus instrumentos el doctor José Ereipa Pantoja, quien me atendió primeramente, y el doctor Luis Alfonso Campos Velásquez, neurocirujano que junto a su equipo especial integrado por la doctora María Judith Churión Daló, anestesióloga, los ayudantes doctores Jesús Rafael García Cantoni, Rafael Domingo Guerra Páez y evaluación preoperatoria doctora Mónica Rovella Baffi, contribuyeron para que Dios me brindara esta segunda oportunidad de vivir.
Tengo profundo respeto y admiración por estos hombres y mujeres, indistintamente de su país de origen, que en mente y corazón llevan el deber y el amor.
¡Tantas veces sacrifican sus horas de tranquilidad para salvar la vida de sus semejantes! ¡Honor a estos héroes y heroínas de batas blancas! ¡Dios los cuide y bendiga!
Andrés Blanco Delgado

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