GUATIREÑÍSIMAS
GUATIREÑADAS
OCURRENTES ESTAMPAS DE MEDIADOS Y FINALES DEL SIGLO PASADO
Entrega
inmediata
Aquella mañana de 1959 una camioneta panel
azul se dirigía vertiginosamente al hospital acabado de inaugurar. El toque de
bocina indicaba una emergencia. Debido a la alarma otros vehículos tomaron las
orillas mientras los transeúntes saltaban despavoridos a las aceras. Hasta una
mula que tiraba de la carreta transportadora de la carne al mercado municipal
se batió nerviosa arrojando la carga y provocando la ira de su amo.
Todos despejaron las vías y, por supuesto,
médicos, enfermeras, camilleros salieron al encuentro del caso.
De un frenazo la camioneta se detuvo. El
personal médico y paramédico que la esperaba se le ubicó detrás. Su conductor
apagó el motor, respiró profundo, descendió con lentitud, abrió las compuertas,
sacó una inmensa cesta de pan y, justo, la colocó… ¡sobre la camilla!
Era toda la urgencia de aquel diligente
repartidor de la panadería El Socorro que estaba entregando a tiempo el
panecillo recién salido del horno para el primer desayuno de los internos del centro
de salud Dr. Eugenio P. D’Bellard de Guatire.
El director del nosocomio, doctor Julio Omaña
Angulo, se mostró tan sorprendido como sus colegas residentes, doctores Enrique
Zavarce, Fidel Alessandro, Gabriel Gil, Hernán Troconis, José Tagliapietra,
Martín Iturriza y Rafael Jacinto
Hernández Rosas.
Indudablemente Gonzalo Fernando Rodríguez
Blanco cumplía al pie de la letra el viejo lema de la panificadora de la calle
9 de Diciembre: “Pan caliente a toda hora”.
El primer
pecado
El colegio San Vicente de Paúl ponía énfasis
en la íntegra formación de sus alumnos en Guatire. Mi hijastro Benjamín era uno
de aquellos educandos. Un niño mantenido en la plenitud de su inocencia… hasta
el día de su primera confesión.
“¡Ave María
purísima, sin pecado concebida!”, exclamó el padre Mariano para preguntarle:
“Hijo, ¿cuál fue tu primer pecado?”, y el joven sintió sorpresa y guardó
silencio. El religioso continuó el interrogatorio: “¿Tienes alguna noviecita?”,
“¿Han hecho…?”, “¿Alguna vez has jugado solitario con tu…?”, “¿Has…?”, sobre
pecados y pecadillos que él nunca había oído, y mucho menos cometido, e iba
respondiendo “no”, “no”, “no” con el rubor marcado en sus mejillas.
Naturalmente enfadado, el muchacho no hizo
más que levantarse del confesionario y correr hacia otro confesor, quien
siguiendo el mismo guion exclamó: “¡Ave María purísima, sin pecado concebida!”.
Pero, frente a la pregunta: “Hijo, ¿cuál fue tu primer pecado?”, ni corto ni
perezoso, Benjamín le respondió: “¡Haberme confesado con el padre Mariano!”.
Traspiés con
sotana
Braulio era un muchacho criado de doña
Isabelita Acuña Castillo que la ayudaba en su céntrica posada guatireña en la
venta de comida. Un domingo el padre Augusto requirió de un monaguillo para los
oficios religiosos y pidió a la matrona le prestara al jovencito. Antes de la
misa el sacerdote le dictó sus instrucciones: “A este cáliz me le pones tres
medidas de vino de consagrar y una de brandy”. Pero el novel asistente entendió
e hizo lo contrario. El cura en plena liturgia, tras la consagración, dio unos
cuantos pasos en zigzag, trastabilló, perdió el apoyo y bruscamente fue a caer
a los pies de un reclinatorio. Braulio
solamente recuerda sus lamentaciones: “¡Qué broma me echaste, carricito,
hip!”.
Morrocotuda
publicidad
De manera original don Cipriano Rodríguez
anunciaba los títulos de las películas a través de los altoparlantes de su cine
Bolívar:
“Domingo. Vespertina: ¡Johnny Weissmuller, en
Tarzán, el hijo de la selva! ¡Gandolas y más gandolas de tigres, gandolas y más
gandolas de panteras, gandolas y más gandolas de elefantes!…”.
“Intermediaria: ¡El inconfundible Tin Tan en
una mooorrocotuda película: El rey del barrio! ¡Usted se morirá de la risa con
las genialidades del cómico pachuco Germán Valdés!…”.
“Noche: ¡Kung Fu! ¡Chinos, chinos, chinos y
más chinos con Bruce Lee, el increíble, el inimitable hombre de las
cuatrocientos mil patadas por segundo!…”.
Humor con
humo
Don Felipe Ramón Ruiz, propietario del cine
Ritz, tuvo su particular gracia. Igual que don Cipriano hacía publicidad por
altoparlantes. Su cinema se hallaba en el sótano, que antes fue garaje, de un
edificio residencial del sector Cantarrana. Por cuanto el local era pequeño,
hermético y de paredes forradas en corcho, en su interior no estaba permitido
fumar.
Pero don Felipe, que era un empedernido
fumador y ya presentaba la tos del ídem, consumía sus cigarrillos en la caseta
de proyección. Allí mismo tomaba el micrófono y se dirigía a los espectadores
para advertirles sobre la prohibición: “De su buen ejemplo depende nuestro
mejor trato. Cine Ritz agradece a su distinguido público -¡cof, cof, cof!- ¡no fumar en la sala!”.
Diablillos
en misa
Doña Rita era una mujer de talle delicado. Su
flacura la ocultaba el amplio traje de tul verde con armador que la hacía lucir
como una pomposa reina para su anciana madre. Amaba tanto a los perros que
tenía siete ejemplares sin pedigree
recogidos de la calle. Mestizos y realengos, cinco machos y dos hembras,
correteaban a su antojo y solamente a ella obedecían… algunas veces. Los
llamaba por nombres peculiarmente bíblicos como Caín, Herodes, Caifás,
Barrabás, Babilonia, Ramera y Satán.
Cierta vez un sacerdote convocó a los fieles
para la celebración de una misa de bendición a los animales en honor a san
Francisco de Asís. Doña Rita por supuesto quería llevar a sus mascotas pero no
sabía cómo hacer para mantenerlas juntas y quietas. Un bromista le sugirió que
las atara en cadeneta. Ella seriamente se lo creyó. Y el hombre en una larga
cuerda hizo una falsa cadeneta de siete ojales por donde fue metiéndole el
pescuezo a cada fiera.
De esta manera doña Rita pudo conducir su
manada a la misa no sin antes pasar por serios apuros en momentos en que los
perrunos se antojaron de orinar en todo poste hallado en el trayecto.
Imagínense el resultado: ¡setenta y siete orinadas, en once postes, incluidos
los de la plaza principal y el sinnúmero de jalones de aquí para allá sufridos
por esta dama de tan delgada complexión!
Bueno… ¡al fin arribaron al templo!
A pesar de la algarabía de las otras
congregadas especies, de aquellas que se autodenominan civilizadas, los
perros dieron digno ejemplo de
urbanidad. Se posaron tan tranquilos a los pies de su dueña que semejaba una tierna estampa de Lázaro… pero femenina.
¡Milagro! Aunque no fue tal, sino que el incienso había penetrado las frías
narices de los canes hasta embobarlos, y dejarlos casi dormidos. Así fue como
la penitente doña Rita se pudo dar un merecido aunque breve descanso; pues, a
mitad de la misa, el loro de don Canuto, el telegrafista, le dio por escaparse
de su jaula. El pajarraco remontó el vuelo sobre los tres altares, se enredó en
el velo de una beata y bruscamente fue a aterrizar justo en el hocico de Satán,
el más gruñón de la camada. El can naturalmente se engulló el ave en un abrir y
cerrar de boca. Pero el emplumado se le atascó en la garganta. Y la incomodidad
hizo que Satán se sacudiera y, en un santiamén, lograra zafarse de la falsa
cadeneta junto al resto de los perros.
Ante la eventualidad, doña Rita echó a correr
por el templo tras sus dispersas mascotas, saltando bancos y pisando callos a
diestra y siniestra.
Seguramente Dios en su infinita misericordia
le movería a risa la “profanación” por las peripecias de la mujer; pero en
cambio frunciría el ceño al observar la poca fe y la falta de pantalones del
cura, el sacristán, el monaguillo y algunos parroquianos espantados de miedo
cuando oyeron a doña Rita, al llamar a sus perros, gritar aquellos temidos e
innombrables: “¡Caín, Herodes, Caifás, Barrabás, Babilonia, Ramera, Satán!”.
Candidez
Un ingenuo trabajador de granja, nombrado
Ramón, había comprado una bicicleta únicamente para trasladarse de El Bautismo
a Ceniza y viceversa. Pero al matricular su biciclo un avisado gestor le cobró
de impuesto una tasa tan exagerada como si se tratara de una gandola. Entonces
un amigo le aconsejó que denunciara el caso. Así acudió a un funcionario que de
manera imperativa justificó la irregularidad: “¡Oiga ciudadano: los veinte
bolívares que usted reclama como cobrados en exceso son por concepto del
impuesto al manubrio!”. Con cara de asombro, el denunciante preguntó: “¿Al manubrio?”. Y el burócrata
insistió: “Sí, claro, al manubrio. ¿Acaso no trae su bicicleta un manubrio?”.
Ramón admitió: “¡Unjú! Tiene usted razón”.
Cuestión de
profilaxis
En 1957 el obispo auxiliar de la
arquidiócesis de Caracas, monseñor José Rincón Bonilla, hacía una visita
pastoral a Guatire en tiempo de pandemia. Una influenza o gripe, que decían
provenía de Asia, estaba azotando el país. El contagioso virus causó numerosos
estragos principalmente en niños y ancianos. Y ya en nuestra localidad había
algunos casos. Por ello muchos seguimos las previsiones higiénicas recomendadas
por las autoridades sanitarias.
Durante los actos de bienvenida al huésped,
fuimos conducidos al templo parroquial los integrantes de una comisión de
estudiantes del grupo escolar Elías Calixto Pompa. El propósito era presentarle
al religioso nuestro saludo en nombre del alumnado del plantel. Mientras mis
compañeros le rendían reverencia, inclinándose y besándole el anillo, yo me
abstuve y, sin genuflexión, sólo le estreché la mano. Ante esto mi maestro,
Adolfo Gutiérrez, no tardó en preguntarme: “Blanco, ¿por qué no se arrodilló y
le besó el anillo al obispo?”. Mi respuesta fue muy sencilla: “Para evitar la
gripe asiática”.
El estrellón
de David
Un comerciante judío llamado David arribó a
Guatire en los años cincuenta del siglo pasado. Aun cuando su llegada fue
tiempo después de la II
Guerra
Mundial, quiso hallarse entre gente que nada le recordara a Hitler ni
Alemania ni alemanes, y por ello siempre andaba con mucha prisa. Diligentemente entregaba
los encargos y cobraba las cuotas a sus clientes, o viajaba hacia los almacenes
de San Jacinto en busca de hermosas y variadas telas, y al regresar de Caracas
se internaba en su habitación arrendada por doña Adelina Acuña.
Era la rutina diaria de este pacífico
caballero, de límpido sombrero panamá o jipijapa que lo cubría del bravo sol,
pero como en la viña del Señor tampoco falta un jorobador…
A un bromista se le ocurrió trazar una cruz
gamada o esvástica sobre la puerta principal de la casa de doña Adelina. David
al observar aquel símbolo gritó aterrorizado: “¡Los nazis me persiguen, los
nazis me persiguen, los nazis me persiguen!…”. Corrió jadeante por las calles
hasta llegar a la casa de su cliente y mejor amigo don Roberto Rodríguez
González. ¡Y en qué momento! Doña Yolanda cumplía años y casualmente tenía a
toda la familia reunida. David quedó petrificado al oír aquellos apellidos cuando don Roberto se la
presentó: “Rodríguez Alemán, Delgado Alemán, Toro Alemán, Jugo Alemán, Gil
Alemán…”.
¡Tremendo estrellón sufrió David sorprendido por estos “alemanes”!
Ni en la
pasión del Señor
Emilio era un vecino sencillo que se ganaba
la vida trabajando a destajo en la limpieza de solares. Los bromistas por mote
le decían “Cachimbo” para provocar su rabia, verlo llorar y arruinar las cosas
al tirarlas contra el piso, aunque a nadie ocasionó daño corporal.
En Martes Santo don Julián “Ponciano” Pinto,
ecónomo de la sociedad de Jesús humildad
y paciencia –conocida también como Jesús con la corona de espinas–, le
encomendó que hiciera el reparto de la lumbre entre los asistentes a la
procesión. De esta manera puso en manos de Emilio un cestón contentivo de
centenares de velas de cera con sus respectivos faroles de papel. El hombre
haría la repartición una vez sacada la imagen a la calle. Sin embargo no pudo
cumplir la encomienda. Pues aquel solemne ambiente de oración y quietud, propio
de un viejo Martes Santo guatireño, había sido interrumpido por una estentórea
voz, “¡Caaachiiimbooo!”, que desencadenó la furia de nuestro personaje, al
extremo de estrellar el cestón contra el piso, volver añicos las velas… ¡y
dejar a oscuras al santo!
Al año siguiente, el presidente de la
referida sociedad, don Isaías Reverón, por cuya cortesía se obsequiaba chicle a
los asistentes, parecía haber olvidado el asunto. Emilio esta vez recibió una
bandeja con más de trescientas cajitas –de tres pastillas cada una– de la goma
de mascar. El hombre, que en santa paz había comenzado a repartirlas por la
fila de las damas, oyó de pronto, desde la de los caballeros, el estrambótico
grito de “¡Caaachiiimbooo!”.
Se podrán ustedes imaginar a aquella
escultura de Jesús humildad y paciencia,
como si se tratara de un ser viviente presente en el rompimiento de una piñata,
“contemplando” a chicos y adultos revolcados por el piso disputándose unas cuantas golosinas.
TOMÁS MUÑOZ:
UN LOCO FILÓSOFO DEL PUEBLO:
“¿A dónde
van estas aguas?”
Tomás hundía sus manos en un riachuelo, de
Las Dos Quebradas, en presencia de su amigo Guillermo Jugo. Contemplaba el
curso cristalino del líquido mineral cuando preguntó:
–¿A dónde van estas aguas?
Don
Guillermo respondió:
–Van al río y de allí al mar.
Tomás
reflexionó:
–Entonces con la punta de mis
dedos estoy tocando el fondo del océano.
“Jesús,
¿hasta cuándo…?”
Un Miércoles Santo se abrió paso firme entre
la muchedumbre de la procesión del Nazareno. De su raído paltó extrajo una flor
amarilla que colocó de ofrenda a los pies de la imagen. Su presencia incomodó
al religioso que presidía el acto. Pero, por respeto, Tomás guardó las
insolencias. Solamente elevó los brazos al cielo, dirigió una mirada compasiva
a la escultura y con fuerza “le” preguntó: “Jesús, ¿hasta cuándo esta falsa
humanidad te tiene con ese madero a cuestas?”.
“¡Despierta Bolívar…!”
Tomás deseó se hicieran viviente y real el
magnánimo patriota y su espada libertaria, hartamente indignado por el cinismo
y la hipocresía del descarrilado tren de la burocracia irresoluta e
incompetente, la de las vistosas coronas y los aplaudidos discursos ante la
efigie del Padre de la Patria. Desde entonces su voz altiva comenzó a
estremecer conciencias y el hombre fue llamado loco por clérigos y funcionarios
de manera unánime y despectiva. Por eso en cada conmemoración nos parece estar
oyendo su clamor: “Al verte inmóvil en el ruin metal de
las estatuas y las monedas, tus enemigos te idolatran y te acuñan. ¿Cuándo
regresará tu espada a someter la vil oligarquía que estrangula a tus pueblos? ¡Despierta Bolívar de tu sueño
tan profundo y acaba con tu espada a esta cuerda de vagabundos!”.
ADIÓS AL LOCO TOMÁS
Con lira fina, el poeta Rafael
Borges despide de su quijotesco transitar por el mundo a nuestro recordado
personaje popular Tomás Muñoz, el loco Tomás.
El loco Tomás se ha ido
coqueteando con la muerte.
En todo el pueblo se vierte
el eco de un grito herido,
que en un adiós sin olvido
se trasluce entre la ausencia;
pues, al dejar la existencia
se empina tras la distancia,
para avivar su vagancia
con el calor de su esencia.
Dicen que allá por el cielo,
como aquí en la tierra hacía,
busca la noche en el día
y la paz en su desvelo.
Abre campo en el recelo
para velar su querencia,
y a la luz de alguna estrella,
rompiendo con el presente
empuja el sol de su mente
al más allá de la huella.
Yo le vi alargar la prisa
para ensanchar su aventura,
y ajustarse a la cintura
los requiebros de la brisa,
enlazando entre su risa
de la vida los rigores,
y al fragor de mil horrores
librados en su delirio;
hacer burlas del martirio,
despreciando los dolores.
Rindióse más de un camino
a su avance solitario;
y en la cruz de su calvario,
cual confuso peregrino
se estrellaba el desatino
de los caprichos del mundo,
manteniéndose iracundo
ante lo injusto y lo cruento,
sacudía contra el viento
su gesto altivo y profundo.
Muchas veces en su empeño
de rebelde impenetrable
señaló a más de un culpable
hecho real entre su sueño;
y al calor de su despeño
dando su grito de alerta,
golpeando de puerta en puerta
nunca encontró la justicia,
y condenó la injusticia
en su esperanza desierta.
Por los rumbos de la espera
se fueron lentos sus años;
y entre fulgores extraños,
la gracia que Dios le diera
no le dejó ver, siquiera,
que a su ilógico sendero
debía llegar primero
la muerte que su victoria,
para dejarlo en la historia
velando su afán sincero.
Rafael Borges
Andrés Blanco Delgado
1 comentario:
Eran famila Adelian Acuña y Doña Isabelita Acuña Castillo? Es la miama posada, y quedaba frente al Elîas Calixto Pompa?
Pedro, mencionado entre los asiduos de el bar La Estrella, era Pedro Prieto?
Apreciaría sus comentarios. Gracias.
Publicar un comentario