¿Quién no admira ese vigía de ciudades asomado en el Ávila?
Tímidamente,
en una de las cumbres de la serranía del Waraira Repano o Ávila, una atalaya natural se divisa al
noreste de Guatire: es El Bautismo, un pequeño poblado rural del municipio
Zamora del estado Miranda, otrora importante vergel circuncapitalino.
De la misma manera como se recuerda el
acompasar de las bestias cargando sobre sus lomos aves y cosechas, jamás se olvida la alegría de
arrieros y labradores celebrando complacidos la colocación segura de aquellos
frutos, porque fue El Bautismo centro de acopio por excelencia de especies agroalimentarias, productor de reconocido
café bajo la regencia de Tiburcio Rodríguez España e hijos, y surtidor directo
del mercado municipal de Quinta Crespo en Caracas. Así
le sonreía el progreso. Pues también ya había contado con agua, electricidad,
carretera, transporte, teléfono y ¡hasta
telégrafo!
Aquí funcionó la primera estación telegráfica
El 5 de mayo de 1929, una insurgencia popular
acabó en Guatire con la vida del jefe civil y militar del Distrito, coronel
Luis Ramón Ostos. El suceso develó la existencia de una conjura nacional contra
la dictadura gomecista. En consecuencia, el Gobierno estableció una línea
telegráfica en El Bautismo, y la región tuvo allí su primera estación.
El Bautismo actualmente asienta las antenas
transmisoras de la mayoría de las radioemisoras en frecuencia modulada que operan
en Guatire.
La convivencia de su gente
El socializador trato de la bautismeña y el
bautismeño les permitió desprejuiciar sus relaciones, vivir sin egoísmo,
practicar de modo igualitario el intercambio y la solidaridad con amor y
respeto a los demás. Por eso El Bautismo dio a luz a unos y cobijo a otros. Y
unos y otros fueron y se sintieron útiles en cada una de sus actividades.
Helos aquí: AGUACATEROS: Fernando Yánez, Jesús Flores ‘Gatoperro’, Luis Bernal ‘Materrule’, Santiago Yánez. ALUMNOS DE LA ESCUELA UNITARIA: Adrián Vargas, Alfonso Vargas, Ángel Antonio Pestana, Calixta Bernal, Cruz Toro, Juana Dolores Rodríguez Blanco ‘Lola’, Eufracio Flores, Eusebio Vargas, Gonzalo Fernando Rodríguez Blanco, Ismael Porras, Juan Moreno, Leonor Castro, Luisa Bernal, Luisa González Espejo, Luis Navas, María Auxiliadora Espejo, Nicolás Moreno, Pablo Antero Álvarez, Rafael Porras, Ramón Navas, Serafina Rodríguez Blanco, Simón Miquilarena, Toribio Espejo, Víctor Perdomo. ARRIEROS: Bedo Bernal, Expedito Bernal, Gregorio Freúl, Pío Agustín Márquez, Martín Castro, Miguel Lezama, Ricardo León, Servideo Yánez, Simón Pestana, Tone Castro. BARBEROS: Andrés Soto, Augusto Miquilarena, Julián Acuña, Ramón Canino ‘Ramoncito’. BODEGUEROS: Alfredo Utrera, Ángel María Montiel, Antonio Canache, Fermín Lara, Justo Blanco, Rafael Castro, Rafael Lara ‘Niño’, Rosendo Bernal. COCINERAS: Lourdes Toro, Paula Julia Pantoja. COMISARIOS: Abdón Yánez, Andrés Soto, Ciro Ramón García Mujica, Juan Ramírez, Juan Rodríguez, Justo Orta, Marcos Yánez, Martín Castro, Pablo Escalona ‘Negro Pablo’. CHOFERES DEL CAMIÓN DE LA HACIENDA: Alfredo Rodríguez González, Esteban Pacheco ‘Negro Esteban’, Luis Delión, Roberto Rodríguez González, Rosendo Bernal. FILOSOFISTA: Tomás Muñoz, ‘El Loco Tomás’. MAESTRAS DE LA ESCUELA UNITARIA: Carmen Marcano, Julia Mercedes Vásquez, María Machado de Delgado. MERENGUEROS: Isaías Requena, Luis Blanco, Simón Pestana. MÚSICOS: Adrián Vargas, Aquilino Pérez, Emiliano Lezama, Enrique Pérez, Heriberto Izquiel, Jesús Flores ‘Gatoperro’, Luis Bernal, Luis Matos, Luis Navas, Melanio Izquiel, Ramón Navas, Ramón Pérez, Rosendo Plaza ‘Placita’, Telmo Pérez. PANADEROS: Irene Andrade, Isaías Castro. QUINCALLEROS: Antonio Sequías, Federico Blanco, Francisco Ruiz ‘Pancho’, Pedro Luis Méndez.
En los años sesenta se apagó el esplendor
Al inicio de los años sesenta, el Gobierno canceló los sembradíos
de muchos agricultores, viéndose estos obligados a abandonar el campo. Al cambiar de oficio, comenzó a decaer la
actividad de acopio y desapareció aquel pintoresco desfilar de asnos y mulas
cargando ñame, ocumo, yuca, apio, papa, caraota, gallina, desde las costas del
litoral y Las Dos Quebradas hasta El Bautismo. Y con ello a menguar la economía
endógena y dejar su población de acarrear aves y cosechas y de surtir ricamente
a los habitantes de las urbes vecinas y circunvecinas.
Sin cultivo y sin palabra…
A los muchachos del pueblo nos daba
gusto oír conversar a la gente del campo adentro, sobre todo cuando intercalaba
expresiones como vide, asina, aguaita,… La mirábamos con franca simpatía, sin mofa ni asombro,
pero nunca faltó el parroquiano desprovisto de humildad que la criticara.
Nadie antes nos había dicho que
aquel peculiar hablar de nuestro campesino constituía una innata cualidad, un
legado capaz de convertir a su intérprete en patrimonio viviente, aun cuando al
parroquiano de marras le pareciera feo e insoportable escuchar las palabras vide, asina, aguaita,… al punto
de considerar tales como un defecto de habla del rural, marginándolo a la
condición de inculto y mal educado.
Nadie antes nos había dicho que la
lengua de aquel arriero era la misma del Cid, el guerrero de Castilla la Vieja,
nacido en 1043, Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Campeador…
Nadie antes nos había dicho que
nuestro campesino conservaba en sus voces ¡vestigios de la antigua lengua
castellana!
Las antiguallas lingüísticas de boca
de la gente del campo, comparables a la más valiosa pieza material de cualquier
museo, han debido ser admitidas y protegidas legal y cuidadosamente. Pero
fueron despreciadas y echadas de menos. La inocua locución llana del hombre del
campo se hizo desaparecer y de su santo lugar se adueñó una extraña jerga
urbana procaz, incisiva, hiriente y cargada de violencia.
Hoy corrientemente en cualquier
escenario oímos relucir harto vulgares y ofensivas palabras. De sobrevivir
nuestro estudioso de la lengua y de los pueblos, Ángel Rosenblat, seguramente
cambiaría el título de su recomendada obra Buenas
y malas palabras. Y apropiadamente la denominaría Buenas y muy malas palabras.
En el nuevo siglo la perversión
invade y profana el hogar y el alma y penetra al más apartado rincón y mortal a
través de las redes globales de la información. El feroz bombardeo de mensajes
dañinos de impredecibles consecuencias, venidos de diferentes direcciones e
irradiados por los distintos medios, pretende derrumbar definitivamente lo que resta del templo de la decencia.
Si la rozagante piel de hombres y
mujeres pudo desafiar el deshidratador clima urbano, el secreto solamente lo
guardaba nuestro campesino, discreto y modesto abastecedor de aquella frugal y
sana alimentación vegetal proveniente de su difícil y honrada faena. Él escogió
los más frescos y jugosos frutos para presto conducirlos sobre sus bestias por agrestes
caminos a los expendios del mercado municipal. ¿Quién no se sintió honrado por
nuestro campesino, aquel servidor anónimo de la mesa diaria del doctor y del
obrero del pueblo, pocas veces apreciado y reconocido en público su haber dado
lo mejor que cosechó?
Él calculaba de modo infalible
cuándo debía sembrar para conseguir buena cosecha. Del saber natural de sus
ancestros indígenas conoció la influencia de la Luna y sus fases sobre las
siembras. Y del entender popular de los canarios o isleños las variantes del
tiempo atmosférico tomadas los primeros días de enero y agosto conocidas como
las cabañuelas.
Nuestro campesino creyó constantes
las condiciones de las dos estaciones del año: la de las lluvias o invierno,
que comenzaba en abril y terminaba en octubre, y la seca o verano, que empezaba
en noviembre y culminaba en marzo, sin prever los apocalípticos cambios
climáticos como consecuencia de la codicia de no pocos hombres y países en la
explotación del trabajo humano y en la depredación de los recursos del planeta.
Nuestro campesino ve impotente cómo
palidece el verdor de la naturaleza, mientras el fuego vivo del Sol de verano le arrebata la
aureola de neblina a la cumbre, quema las plantas y evapora los manantiales… O ve cómo llegan, sin anunciarse, las ventiscas
de lluvia de invierno para después azotar con fuerza todo donde existe vida. Su
campo exhibe ahora hojas mustias y frutos menguados.
Sin cultivo y sin palabra… nuestro
campesino contempla pensativo su propia desnudez.
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Ciro Ramón García Mujica junto a Eladia Rengifo de Ruiz y su ahijado Víctor Blanco Ruiz.
Andrés Blanco Delgado
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