lunes, 9 de mayo de 2016

¿Quién no admira ese vigía de ciudades asomado en el Ávila?

Tímidamente, en una de las cumbres de la serranía del Waraira Repano o Ávila, una atalaya natural se divisa al noreste de Guatire: es El Bautismo, un pequeño poblado rural del municipio Zamora del estado Miranda, otrora importante vergel circuncapitalino.

De la misma manera como se recuerda el acompasar de las bestias cargando sobre sus lomos aves y cosechas, jamás se olvida la alegría de arrieros y labradores celebrando complacidos la colocación segura de aquellos frutos, porque fue El Bautismo centro de acopio por excelencia de especies agroalimentarias, productor de reconocido café bajo la regencia de Tiburcio Rodríguez España e hijos, y surtidor directo del mercado municipal de Quinta Crespo en Caracas. Así le sonreía el progreso. Pues también ya había contado con agua, electricidad, carretera, transporte,  teléfono y ¡hasta telégrafo!

Aquí funcionó la primera estación telegráfica

El 5 de mayo de 1929, una insurgencia popular acabó en Guatire con la vida del jefe civil y militar del Distrito, coronel Luis Ramón Ostos. El suceso develó la existencia de una conjura nacional contra la dictadura gomecista. En consecuencia, el Gobierno estableció una línea telegráfica en El Bautismo, y la región tuvo allí su primera estación.
El Bautismo actualmente asienta las antenas transmisoras de la mayoría de las radioemisoras en frecuencia modulada que operan en Guatire.

La convivencia de su gente

El socializador trato de la bautismeña y el bautismeño les permitió desprejuiciar sus relaciones, vivir sin egoísmo, practicar de modo igualitario el intercambio y la solidaridad con amor y respeto a los demás. Por eso El Bautismo dio a luz a unos y cobijo a otros. Y unos y otros fueron y se sintieron útiles en cada una de sus actividades.
Helos aquí: AGUACATEROS: Fernando Yánez, Jesús Flores ‘Gatoperro’, Luis Bernal ‘Materrule’, Santiago Yánez. ALUMNOS DE LA ESCUELA UNITARIA: Adrián Vargas, Alfonso Vargas, Ángel Antonio Pestana, Calixta Bernal, Cruz Toro, Juana Dolores Rodríguez Blanco ‘Lola’, Eufracio Flores, Eusebio Vargas, Gonzalo Fernando Rodríguez Blanco, Ismael Porras, Juan Moreno, Leonor Castro, Luisa Bernal, Luisa González Espejo, Luis Navas, María Auxiliadora Espejo, Nicolás Moreno, Pablo Antero Álvarez, Rafael Porras, Ramón Navas, Serafina Rodríguez Blanco, Simón Miquilarena, Toribio Espejo, Víctor Perdomo. ARRIEROS: Bedo Bernal, Expedito Bernal, Gregorio Freúl, Pío Agustín Márquez, Martín Castro, Miguel Lezama, Ricardo León, Servideo Yánez, Simón Pestana, Tone Castro. BARBEROS: Andrés Soto, Augusto Miquilarena, Julián Acuña, Ramón Canino ‘Ramoncito’. BODEGUEROS: Alfredo Utrera, Ángel María Montiel, Antonio Canache, Fermín Lara, Justo Blanco, Rafael Castro, Rafael Lara ‘Niño’, Rosendo Bernal. COCINERAS: Lourdes Toro, Paula Julia Pantoja. COMISARIOS: Abdón Yánez, Andrés Soto, Ciro Ramón García Mujica, Juan Ramírez, Juan Rodríguez, Justo Orta, Marcos Yánez, Martín Castro, Pablo Escalona ‘Negro Pablo’. CHOFERES DEL CAMIÓN DE LA HACIENDA: Alfredo Rodríguez González, Esteban Pacheco ‘Negro Esteban’, Luis Delión, Roberto Rodríguez González, Rosendo Bernal. FILOSOFISTA: Tomás Muñoz, ‘El Loco Tomás’. MAESTRAS DE LA ESCUELA UNITARIA: Carmen Marcano, Julia Mercedes Vásquez, María Machado de Delgado. MERENGUEROS: Isaías Requena, Luis Blanco, Simón Pestana. MÚSICOS: Adrián Vargas, Aquilino Pérez, Emiliano Lezama, Enrique Pérez, Heriberto Izquiel, Jesús Flores ‘Gatoperro’, Luis Bernal, Luis Matos, Luis Navas, Melanio Izquiel, Ramón Navas, Ramón Pérez, Rosendo Plaza ‘Placita’, Telmo Pérez. PANADEROS: Irene Andrade, Isaías Castro. QUINCALLEROS: Antonio Sequías, Federico Blanco, Francisco Ruiz ‘Pancho’, Pedro Luis Méndez.

En los años sesenta se apagó el esplendor

Al inicio de los años sesenta, el Gobierno canceló los sembradíos de muchos agricultores, viéndose estos obligados a abandonar el campo. Al cambiar de oficio, comenzó a decaer la actividad de acopio y desapareció aquel pintoresco desfilar de asnos y mulas cargando ñame, ocumo, yuca, apio, papa, caraota, gallina, desde las costas del litoral y Las Dos Quebradas hasta El Bautismo. Y con ello a menguar la economía endógena y dejar su población de acarrear aves y cosechas y de surtir ricamente a los habitantes de las urbes vecinas y circunvecinas. 

Sin cultivo y sin palabra…

A los muchachos del pueblo nos daba gusto oír conversar a la gente del campo adentro, sobre todo cuando intercalaba expresiones como vide, asina, aguaita,… La mirábamos con franca simpatía, sin mofa ni asombro, pero nunca faltó el parroquiano desprovisto de humildad que la criticara.
Nadie antes nos había dicho que aquel peculiar hablar de nuestro campesino constituía una innata cualidad, un legado capaz de convertir a su intérprete en patrimonio viviente, aun cuando al parroquiano de marras le pareciera feo e insoportable escuchar las palabras vide, asina, aguaita,… al punto de considerar tales como un defecto de habla del rural, marginándolo a la condición de inculto y mal educado.
Nadie antes nos había dicho que la lengua de aquel arriero era la misma del Cid, el guerrero de Castilla la Vieja, nacido en 1043, Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Campeador…
Nadie antes nos había dicho que nuestro campesino conservaba en sus voces ¡vestigios de la antigua lengua castellana!
Las antiguallas lingüísticas de boca de la gente del campo, comparables a la más valiosa pieza material de cualquier museo, han debido ser admitidas y protegidas legal y cuidadosamente. Pero fueron despreciadas y echadas de menos. La inocua locución llana del hombre del campo se hizo desaparecer y de su santo lugar se adueñó una extraña jerga urbana procaz, incisiva, hiriente y cargada de violencia.
Hoy corrientemente en cualquier escenario oímos relucir harto vulgares y ofensivas palabras. De sobrevivir nuestro estudioso de la lengua y de los pueblos, Ángel Rosenblat, seguramente cambiaría el título de su recomendada obra Buenas y malas palabras. Y apropiadamente la denominaría Buenas y muy malas palabras.
En el nuevo siglo la perversión invade y profana el hogar y el alma y penetra al más apartado rincón y mortal a través de las redes globales de la información. El feroz bombardeo de mensajes dañinos de impredecibles consecuencias, venidos de diferentes direcciones e irradiados por los distintos medios, pretende derrumbar definitivamente lo que resta del templo de la decencia.
Si la rozagante piel de hombres y mujeres pudo desafiar el deshidratador clima urbano, el secreto solamente lo guardaba nuestro campesino, discreto y modesto abastecedor de aquella frugal y sana alimentación vegetal proveniente de su difícil y honrada faena. Él escogió los más frescos y jugosos frutos para presto conducirlos sobre sus bestias por agrestes caminos a los expendios del mercado municipal. ¿Quién no se sintió honrado por nuestro campesino, aquel servidor anónimo de la mesa diaria del doctor y del obrero del pueblo, pocas veces apreciado y reconocido en público su haber dado lo mejor que cosechó?
Él calculaba de modo infalible cuándo debía sembrar para conseguir buena cosecha. Del saber natural de sus ancestros indígenas conoció la influencia de la Luna y sus fases sobre las siembras. Y del entender popular de los canarios o isleños las variantes del tiempo atmosférico tomadas los primeros días de enero y agosto conocidas como las cabañuelas.
Nuestro campesino creyó constantes las condiciones de las dos estaciones del año: la de las lluvias o invierno, que comenzaba en abril y terminaba en octubre, y la seca o verano, que empezaba en noviembre y culminaba en marzo, sin prever los apocalípticos cambios climáticos como consecuencia de la codicia de no pocos hombres y países en la explotación del trabajo humano y en la depredación de los recursos del planeta.
Nuestro campesino ve impotente cómo palidece el verdor de la naturaleza, mientras el  fuego vivo del Sol de verano le arrebata la aureola de neblina a la cumbre, quema las plantas y evapora los manantiales… O  ve cómo llegan, sin anunciarse, las ventiscas de lluvia de invierno para después azotar con fuerza todo donde existe vida. Su campo exhibe ahora hojas mustias y frutos menguados.
Sin cultivo y sin palabra… nuestro campesino contempla pensativo su propia desnudez.  



El Waraira Repano o Ávila recibe en su regazo a los más lejanos mensajeros espaciales del amor por todo lo creado. Nuestra imponente y misteriosa montaña es bendecida y protegida desde Catia hasta Araira. En un paradisiaco lugar de ella se encuentra enclavado El Bautismo.




Un servidor público humanitario: Ciro Ramón García Mujica. Agricultor, radiotécnico, mecánico, pintor, escultor, albañil, etcétera. Fue comisario y por poco partero: su automóvil fungía de ambulancia para el traslado desde El Bautismo al centro de salud Dr. Eugenio P. D’Bellard de Guatire, o hasta la maternidad Concepción Palacios de Caracas, de personas vecinas con alguna discapacidad, enfermas, lesionadas y embarazadas. 





 


Ciro Ramón García Mujica junto a Eladia Rengifo de Ruiz
y su ahijado Víctor Blanco Ruiz.



Andrés Blanco Delgado  








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