lunes, 9 de mayo de 2016

¿QUÉ GRITAN NUESTRAS PIEDRAS?

Hay que reconocer a quienes valiente y silenciosamente asumen con terquedad y sin prejuicio la tarea de reconstruir las piezas de rompecabezas que conforman lo antiguo desconocido.

En la tenaz batalla contra la implantación no es necesario enfrentar al hombre que hace quinientos años trajo aquí la espada y la cruz para refundar pueblos como si fueran suyos. Cristóbal Colón nunca se imaginó útil a los inconfesados intereses que detrás del trono presionaron a su protectora reina Isabel la Católica. No obstante, al aventurero almirante, o almirante aventurero, se lo relaciona a perpetuidad con delitos de lesa humanidad por ocupación forzosa de territorios, usurpación y siembra de calamidades a los auténticos descubridores de América, y otros sucedáneos denominativos, como se infiere con la palabra colonización que se deriva de su apellido.

Entendamos que todo poder de influencia en América, sea español, portugués, francés, inglés o estadounidense, e incluso hasta el precolombino imperio romano propiciador de la Iglesia Católica, se rige por los mismos principios colonizadores.

No nos corresponde juzgarlos pero tampoco debemos ocultar la importancia de las civilizaciones indoamericanas que el viejo colonialismo milagrosamente no pudo exterminar ni someter del todo. Tenemos razones para dudar del interesado relato de la aún dominante civilización trasatlántica. Desconocemos por qué se continúa despreciando la búsqueda de nuestra autóctona y legítima historia.

El genuino e indescifrable documento de los milenios podría perecer tras la desaparición natural de la grafía sobre el peñasco o en el infortunado momento que acabe con su añeja presencia la pala excavadora que ensancha el camino a la ambición material del hombre. Para éste el petroglifo no es más que una estorbosa roca. Pero, si los demás no buscamos nuestro más tangible punto de partida, ¿qué podría importarnos el resto de la historia?  

Quizás nadie salve a nuestra primera memoria. Ni aun rescatada por su valor humanístico o científico como pieza artística o arqueológica ni mucho menos declarada patrimonio. El petroglifo nunca animará al estudioso desde el museo o el laboratorio si desdeñamos su mensaje y lo abandonamos a su suerte.

La irracionalidad del mal llamado desarrollo atomizará su polvo en la estructura de concreto que le dará mayores divisas a la alforja del moderno mercader del espacio, quien nada más ve en la roca grabada un mero componente del hormigón armado, la insignificante célula del esqueleto de la urbe que proyecta construir para su inmediata venta.

Sin embargo nuestra huella de vida desconocida permanece allí en el paraje, incólume, pertinaz e insistiendo en decirnos toda esa verdad que sobre nosotros ignoramos.

¿Qué gritan nuestras piedras?
Piedras como ésta podrían conducirnos a una información que no conocemos.




Andrés Blanco Delgado  











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