José María Istúrriz Pérez
El sacerdote que enfrentó el desastre
El sacerdote que enfrentó el desastre
No es fácil encontrar un ser como el reverendo presbítero doctor José María Istúrriz Pérez, de aficiones armoniosamente compartidas con su vocación religiosa, a quien le es confiada la iglesia de Santa Cruz de Pacairigua [de Guatire] en sucesión del reverendo presbítero doctor José Manuel Arocha.
En 1861, seguidamente de haber recibido la ordenación sacerdotal, el padre Istúrriz es nombrado por el Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, Antonio Guzmán Blanco, párroco vitalicio de la villa donde entregó su investidura de curador de almas e inclinación artística y científica a la causa evangélica por los más necesitados.
Santa Cruz de Pacairigua
La villa de Santa Cruz de Pacairigua era un remanso de laboriosidad y sencillez al arribo del padre Istúrriz. El aroma de la caña dulce expelido de los torreones de los viejos ingenios, el intenso verdor del cañamelar tenuemente abotonado con el precioso encaje de las doradas espigas abiertas a la calidez del sol y a la refrescante brisa de los ríos Santo Cristo y Pacairigua, embriagaba y engalanaba el exquisito ambiente de agricultura y poesía formado por el paisaje y sus pobladores. Durante el arado la tonada pastoril del gañán apuraba la yunta de bueyes para lograr el noble fruto de la tierra fértil y la ardua faena.
Era el Guatire semirrural y apacible que fue guiado por la palabra y la obra de su pastor de almas.
“Su luz espantó prejuicios, supersticiones y malas costumbres”
El padre Istúrriz descubrió, en su escrutador deber misionero, no pocos guatireños abusados por quienes se aprovechaban de sus debilidades: hombres y mujeres que enfermaban y morían pobres de toda solemnidad a pesar del esfuerzo en laborar de sol a sol en tablones y trapiches para, a la final, solamente hacer próspera la codicia de sus explotadores.
“Su luz espantó prejuicios, supersticiones y malas costumbres”, decía mi abuela Juana Onofre Blanco, quien por él recibió las aguas bautismales.
.
.
Sin embargo, el mayor testimonio de valor y desprendimiento del sacerdote le aconteció en medio de las calamidades dejadas por el terremoto que sacudió a la villa y localidades circunvecinas, la ciudad de Caracas entre ellas, la madrugada del lunes 29 de octubre de 1900, día de san Narciso en el calendario gregoriano y a escasas diez semanas para el advenimiento del siglo XX.
El sacerdote, el artista y el científico
Un hombre de frente despejada, vestido de modesto hábito protegido por un delantal de taller si hallado en la delicada tarea de hacer o reparar una escultura, daba forma con sus manos a una porción de barro o yeso.
El mismo personaje de la religión, la industria, la agricultura, la apicultura, la zootecnia y la administración que la investigación científica, sobre todo la zoología y la botánica, lo llevó a embalsamar animales y a coleccionar plantas medicinales, mientras que la vocación misional, la sensibilidad artística y el progreso industrial, personificados en el sacerdote, el artista y el científico, lo unió en una especie humana trinitaria, perdónese la comparación, de Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Un apiario y un viñedo del solar de su casa en Manzanares, hoy calle 9 de Diciembre, son testigos de su empeño fabricante. La miel la obsequiaba a los pobres y la vendía a los comerciantes; mientras que con la cera elaboraba velas. También era de su propia hechura el vino de consagrar que usaba para la misa y vendía a parroquias vecinas.
Y no faltó la molienda de café que, durante su pasantía por la administración de la hacienda El Norte, lo motivó a la siembra y el cultivo del aromático grano de aquel arbusto africano traído por vez primera de Europa a nuestro país, ¡qué casualidad!, por el también sacerdote Pedro Ramón Sojo Palacios, nacido en Guatire el 17 de enero de 1739, conocido como el célebre padre Sojo tío abuelo del Libertador y propulsor de la cultura musical en Venezuela desde la estancia del padre Mohedano en Chacao.
Su lucha contra la injusticia
La palabra evangelizadora en José María Istúrriz Pérez fue auténtica y viviente. No era su prédica diferente a la Santa Escritura: rechazó la pretensión de quien con la gruesa dádiva buscara situarse sobre cualquier feligrés. Prefirió la virtud de la solidaridad a la lástima de la limosna, por cuanto no ayudó a satisfacer el egoísmo y la vanidad del dador, consciente de que la gente necesitaba más de justicia y comprensión permanentes que de caridad y misericordia fortuitas. Así su plática real, equitativa, fecunda lo hacía converger con todo ser humanitario, humilde y justo, aun cuando no militara en su religión nunca exenta de hipocresía e intolerancia inimaginables. Humanidad, humildad y justicia eran suficientes para él considerar a un semejante proclive de entrar sabiamente a conocer la doctrina de Jesucristo inscrita en el evangelio.
El sacerdote y el ciudadano marcharon juntos en la permanente protección al desvalido y en la búsqueda de la justicia social. Exaltó el ideario bolivariano más allá de las fechas conmemorativas: el patriotismo, los valores de la grande nacionalidad en pro de la independencia, la soberanía y la libertad de la América del Sur integrada como una sola nación. Veló por los intereses del pueblo sin aceptar medias tintas en sus reclamos. Su protesta frente a algún asomo de arbitrariedad fue clara, objetiva, oportuna y valiente, intercediendo siempre por el más débil ante cualquier persona económicamente pudiente o autoridad civil, militar o religiosa.
“¿Acaso no son todas estas criaturas de Dios?”
Tras haber observado el notorio desprecio hacia la gente pobre y de color mostrado por algunos comulgantes que se arrogaban el privilegio de ser ellos los primeros en recibir el pan eucarístico en la misa dominical, el padre Istúrriz calificó el prejuicio de amoral y acristiano, y de injusta la separación de un ser humano de otro por su simple diferencia o apariencia.
Si la humanidad entera es favorecida por la voluntad divina, porque “… Dios no hace acepción de persona sino que toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34-35), ninguna raza es, en consecuencia, genéticamente superior.
De este modo dio énfasis en sus charlas al tema de la discriminación como un comportamiento deplorable, irrespetuoso y ajeno al sentimiento de Jesucristo, y tomó como determinación convertir en monaguillos a tres niños, distintos entre sí, provenientes de tres de los hogares con mayor carencia. Y dicho y hecho, se presentó en una misa con su pequeño trío compuesto por un moreno, un indio y un rubio. Y no se hizo esperar la reacción de aquel discriminador grupo de comulgantes traducida en la consabida exclamación “¡Ave María purísima!” que el párroco atajó con la pregunta: “¿Acaso no son todas estas criaturas de Dios?”.
Amor por los rechazados del mundo
Le recordaba a la grey el profundo amor que Jesucristo sintió por los rechazados del mundo, especialmente por las víctimas de los arrogantes y los excluyentes, testimoniado en el discurso de las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña y la parábola del Buen Samaritano, cuya reflexión ayudó al padre Istúrriz a conjurar la exclusión y alcanzar la bien granjeada reciprocidad de amor, solidaridad y confianza de entre los más humildes de la parroquia.
Pues fue Jesús, el palestino hijo de Belén de Galilea, quien enalteció el corazón de los pobres y enseñó al orgulloso a vencer el prejuicio.
Madrugada del lunes 29 de octubre de 1900
La villa dormía cuando un intenso movimiento de tierra la despierta con la estrepitosa caída de una de las paredes del templo. Madrugada del lunes 29 de octubre de 1900. Aún no había asomado el alba, la luz del amanecer, y ya la confusión, el dolor, el llanto, el desespero, la polvareda… se habían hecho dueños del destino de los pobladores.
La lira de Rafael Borges, en “La Catástrofe”, Canto II, nos relata aquel fatídico episodio:
“El aspecto del pueblo es muy tranquilo;
la gente duerme. Nada le acongoja.
El que trasnocha, vuelve con sigilo
al hogar, que tal vez, ya no le acoja
la última faz de su costumbre al hilo
ni el último dolor que lo despoja;
pues ya la hora y su fragor de muerte
la aventura en terror se la convierte.
Huye la aurora, envuelta en sus fulgores
ante el empuje atroz de la tormenta;
no quiere ver sus límpidos colores
junto a la llama histérica y violenta,
donde es el mal, ¡señor de los terrores!
La tierra cruje y pronta se revienta,
y entre sus garras con febril descaro
destroza al pueblo ¡sin ningún reparo!...
La plaza, el templo, más el pueblo todo
bajo el sino inclemente se estremece
y, vacilante, cual vulgar beodo
se viene abajo, donde al fin perece
la forma erguida, que en disímil modo
era el encuentro que hasta ayer tuviese;
y en la ceniza del escombro inmenso
más de un anhelo se quedó en suspenso.
Densas nubes de polvo nauseabundo
sacuden la visión del triste ambiente,
y en su torpeza de vagar inmundo
del pueblo ahoga la actitud paciente;
empero un llanto, trémulo y profundo,
vibra en el vientre que alumbró y que siente
en su dolor la cruz de los dolores,
porque es de Madre, ¡oh sol de los amores!
Macaira, Manzanares y El Calvario
-puntales del Vía Crucis doloroso-;
dieron más en su aporte tributario
al empeño implacable del coloso
en su sed de colmar su itinerario,
con la sangre a montón de su destrozo.
¡Horror! -engendro vil de los terrores:
¡precursor de miserias y dolores!-.
Comienza el viento a disipar la escoria,
y obsérvase el despojo calcinado
de aquel vivir que ayer fue todo euforia
y que hoy se ha roto, y marcha acongojado
a colgar sobre el mástil de la historia
la expresión inmortal de su pasado;
mientras los ¡ayes! en función de duelo
tejen su angustia sobre el yerto anhelo.
De un lado y otro, a paso rezagado,
la gente hacia el escombro va insegura
en pos del que agoniza apasionado
o del que allí encontró la sepultura;
abre su amor al llanto derramado,
dándole fe al que sigue en la aventura
porque del golpe sabio de este sino
nace un dolor, ¡que es luz en el camino!
Dolor y llanto en comunión aciaga
rondan el área gris de los montones;
allí, las crestas de expresión de daga,
-recuerdos de ilusión hecha jirones-
reflejan en la luz incierta y vaga
vestigios de un ayer de altivos dones;
mas aquel sol que se incendió en la hoguera,
¡hará brillar con su calor la espera!”.
Sus oraciones
Una voz de aliento emergía del conmovedor escenario: era la del padre Istúrriz que acudía ante sus hijos para brindar amparo y consuelo. Sus oraciones esclarecían el camino de aquel angustioso laberinto. Cada plegaria por la irremediable despedida de los caídos llenaba también de conformidad y esperanza a los sobrevivientes que ansiaban ver cicatrizadas las heridas y reanudar con más vigor la lucha diaria.
“Dios nuestro, os ofrecemos todas las misas que se celebren hoy en el mundo entero, por los pecadores que están agonizando y han de morir en este día. La sangre de Jesús Redentor les alcance misericordia. Oremus: Gratiam tuam, quaésumus, Dómine, méntibus nostris infúnde; ut qui, ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem ejus et crucem ad resurrectiónis gloriam perducámur. Per eumdem Christum Dóminum nostrum. Amen. Oremos: Infunde, Señor, tu gracia en nuestras almas, para que, pues hemos creído la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor, anunciada por el ángel, por los méritos de su santísima cruz y pasión, seamos llevados a la gloria de la resurrección. Por el mismo Jesucristo Señor nuestro. Amén”, era el ruego precedido de la oración que Jesucristo dejó a sus discípulos: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…”, (san Mateo 6:9-15 y san Lucas 11:2-4), cual reconfortante bálsamo ante la inclemencia del fenómeno telúrico.
Casi a diario un agonizante moría
El inventario daba cuenta de casas terminadas de desplomar por la acción de las réplicas… De cifras de fallecidos, heridos, aporreados… De brotes de epidemias por la descomposición de cadáveres que aparecían con la remoción de los escombros… De huérfanos, viudas, ancianos e inválidos a quienes el diligente religioso mitigaba los pesares…
Era interminable el desfilar de dolientes al camposanto para enterrar a sus muertos. Casi a diario un agonizante moría. En tierra de jugo, sobre la siembra de aquellos cuerpos, veinte lápidas reflejaban la magnitud y la gravedad del drama en un pueblo donde la altura de sus edificaciones no llegaba al segundo nivel. La parsimonia y la oración en el luctuoso ir y venir añadía tristeza y misterio. En los epitafios de las tumbas aparecían inscritos los nombres de Felipe Berroterán, Emilio García Vélez, Ana Antonia Pereira, Pedro Pascual Torres, Delfina de Toro, María Antonia Toro, Delfín García, Juan de Jesús Guevara, Jesús Gómez, Vicenta Campos, Filomena Rodríguez, Felipe Blanco, Gerónima Zulueta de Muñoz, Gertrudis Muñoz, Bernabé Blanco, Carmen Toro, Domingo Toro, Julio Toro, Cesáreo Salinas y Juana Isabel Álvarez.
El padre Istúrriz cumple la misión piadosa de brindar protección a los centenares de sobrevivientes lesionados y desamparados. Niños, mujeres, entre los cuales huérfanos y viudas, reciben, además del alivio de la palabra de Dios, agua, comida, vestido y cobijo hasta ver restañadas las heridas y levantadas de nuevo las viviendas.
El cura solicita el empeño de ricos y pobres para la restauración de la villa. Alimentos, medicinas, ropas… llega a madres, infantes, seniles, primeramente, gracias a su benevolente convocatoria. Por último, piedra a piedra, es erigido el templo. Para ello una suscripción pública a partir de un centavo semanal por persona o familia, considerando los menguados recursos económicos de la mayoría, le permite reunir con esfuerzo los fondos para su reconstrucción.
De la preocupación y el empeño del cura por la buena salud de sus parroquianos y la pronta reedificación de su casa de oración, nos dio cuenta don Lucio Villaverde, vecino y testigo presencial que formó parte de la cuadrilla de albañiles encargada de la erección del templo.
El mismo autor, en “La Reconstrucción”, Canto III, revela aquel renacimiento:
“Igual que el árbol duerme o desfallece
bajo el cáustico paso del verano
y que luego despierta y reverdece,
con más fuerza tal vez y más lozano
cuando la primavera reaparece
con su frescor de luz -frescor temprano-;
así también, Guatire se alza inmenso
sobre el empeño airoso del comienzo.
Los padres y los hijos; los hermanos,
refunden el deber en la tarea.
Hogar y pan vislumbran en sus manos
la imagen de la paz que da la idea
de laborar el don que a los humanos
¡nos da el amor total de quién nos crea!;
en ello nace, crece y fortalece
para la vida, el fuego que ennoblece.
Por el camino que del tiempo viene,
donde las pascuas tejen su tersura,
se oye el rumor del eco que proviene
de un canto abierto al sol de la ventura.
En cada pecho brota y se detiene
la fe que enciende el alma y la perdura;
el pueblo encima de su ayer se empina
y al porvenir resuelto se encamina.
Así Guatire absorbe fuerza y fama
del palpitar bravío de la Historia,
y enciende ya, con su calor la llama
que hace vibrar su nombre en mi memoria
y vislumbrar la voz de la proclama
que da la acción viril de la victoria.
Por eso siento y canto su desvelo
¡al desglosar las luces del abuelo!”
Se durmió en la paz del Señor
Confesado, oleado, comulgado y administrado los santos sacramentos, conforme a los preceptos de la religión católica, el reverendo presbítero doctor José María Istúrriz Pérez, se durmió en la paz del Señor el lunes 9 de agosto de 1909, en Guatire. Los oficios de sepultura eclesiástica cantados solemnemente a su cadáver los hizo el cura auxiliar de la parroquia, presbítero Luis Mendoza, conmovido por el llanto inconsolable del pueblo que adoptó al párroco como su Hijo y lo amó entrañablemente como su Benefactor.
José María Istúrriz Pérez, hijo legítimo de José Manuel Istúrriz y Lucía Pérez, murió a los setenta y cuatro años de edad. Su desempeño de por vida como cura propio de la parroquia, le acreditó las honras post mortis de cuerpo presente rendidas por las autoridades religiosas, civiles y militares. Los responsos y mementos del velatorio, así como la misa concelebrada y el enterramiento, reflejan los oficios mayores de la Iglesia Católica a su dignatario; aun cuando no hubo mayor ofrenda a su memoria que las lágrimas de aquellos guatireños que en momentos de aflicción y angustia fueron arropados por el amor de este padre espiritual.
El Jefe Civil del Distrito Zamora, Luis Felipe Graterol, hizo público el decreto ejecutivo donde se declaró guardar tres días de duelo en la jurisdicción.
Recordemos a este hombre, cuya fortaleza sin dobleces animó a los guatireños a superar los infortunios, por la seguridad nacida de su fe en Dios que le permitió como pastor, más allá de la religión, permanecer al lado de su rebaño y recibir con confianza el siglo XX.
Este capítulo es una lección viva para quienes nos quejamos de las adversidades sin siquiera atrevernos a desafiarlas.
¡Jamás olvidemos al reverendo presbítero doctor José María Istúrriz Pérez!
Dedicatoria:
Al pueblo de Guatire por el agradecimiento a su Hijo adoptivo y Benefactor
A los familiares sobrevivientes: Cointa Ruiz Bennett, Catalina Ruiz de Delgado y Redescar Bennett, hijos respectivamente de las sobrinas del honorable religioso, hoy fallecidas, María Luisa Bennett de Ruiz y Angelina Bennett
A los jóvenes descendientes de Cointa Ruiz Bennett: Néstor Ramón, Luis Óscar, Benjamín Ramón, Nereyda Margarita Sosa Ruiz; Andrés Alberto, Víctor Ignacio, Justo Andrés y Amadís Orlando Blanco Ruiz
Agradecimiento a la fuente recogida por el autor:
Tradición oral de familiares y amigos sobrevivientes del personaje
La siempre recordada abuela paterna del autor, doña Juana Onofre Blanco, en honra a su memoria como guatireña de excepción, distinguida matrona bautizada por el padre Istúrriz, de quien contó su gran valor humano
Don Pablo Antero Muñoz Berroterán, en honra a su memoria como guatireño de excepción, esclarecido ciudadano consultado sobre el personaje
Don Rafael Servando Borges Pellicer, en honra a su memoria como guatireño de excepción, emérito poeta cuyos cantos, II “La Catástrofe” y III “La Reconstrucción”, colorean la reseña
Don Lucio Villaverde, en honra a su memoria como guatireño de excepción, conocedor del sacerdote y miembro de la cuadrilla de albañiles que reconstruyó el templo
Archivo Parroquial de Santa Cruz de Pacairigua de Guatire
Archivo de la antigua Prefectura del Distrito Zamora del Estado Miranda; hoy Registro Civil del Municipio Zamora del Estado Bolivariano de Miranda
Investigación genealógica con la colaboración de Giovanni Arteaga Lima
Andrés Blanco Delgado
Andrés Blanco Delgado
No hay comentarios:
Publicar un comentario