Elías Calixto Pompa Lozano, K. Listo
Por Andrés Blanco Delgado.
Nació en Guatire el 14 de octubre de 1837. Muere en Caracas el 20 de diciembre de 1887. Poeta, dramaturgo, periodista. Por su asomo controversial a la política,
no recibe toda la meritoria justicia, este grande guatireño que entre la intelectualidad
ha dado brillo a la literatura venezolana en el siglo XIX. Parte de su vida
transcurre en el exilio. En 1879 publica en la imprenta de L. S. Foster, número
35, Pine Street, Nueva York, su obra “Versos
de K. Listo”. Autor de piezas de corte dramático y de sainetes para el
teatro, sobresale su verbo fácil y la filosofía profunda que encierra el
contenido de sus producciones. Aun siendo icono de la denuncia social, no se le
ha hecho trascender más allá de su tríptico Estudia,
Trabaja y Descansa que ni siquiera recitan de memoria los alumnos de la Unidad Educativa que en Guatire
lleva su nombre. La ironía de ser mejor conocido en el resto de las escuelas
latinoamericanas que en las de su país, nos hace pensar que la accidentada
suerte de Pompa ha continuado después de muerto, ya que la hipocresía no le
perdona su verdad. Precisamente sus tres poemas son de permanente y obligatorio
aprendizaje entre los escolares de la primaria elemental de esas naciones. Es
asombroso que hasta exista un verdadero culto hacia este emérito guatireño hijo
de Gerónimo Pompa, coronel y médico de campaña del Ejército Libertador, autor
de un tratado sobre plantas medicinales indígenas. A K. Listo se le ha llamado
“Poeta de la enseñanza” debido a su aporte a la formación moral de los
educandos. “Pompa tiene la racha del campesino de El Recluta”, como le dirían sus amigos Juan Antonio Pérez Bonalde y
Eduardo Blanco, en ocasión de discutir en alguna taberna los acontecimientos
políticos que tenían como epicentro la bucólica Caracas del siglo XIX. ¡Qué
bueno si al fin se le hiciera justicia!
EL RECLUTA
(Fragmento)
¡Ah! campana, compañero,
¡ah! campana, ¡campaná!
¡quién quitara a la paloma
sus alas para volar!
¡Ah! caramba, compañero,
compañero, ¡sí es verdá!
yo vivía en mi conuco
distante y en buena paz,
sin saber de la política
ni el mesmo por la señal.
Eran mis ocupaciones,
¡ah! campana, ¡campaná!
cuidar mis animalitos,
atender al cebollar,
poner el máiz en la troja,
recorrer el cambural
y mirar para los cielos
buscando
con ansiedá
del invierno que Dios
manda,
algún indicio o señal…